Y 20 años después, la pobreza seguía ahí

Fuente: Excelsior

Por Wilbert Torre

 

En dos décadas el país avanzó en reglas para la competencia política, pero se estancó la economía, se fracasó en el combate a la marginación y retrocedió en materia de seguridad pública, evalúan académicos.

 

CIUDAD DE MÉXICO, 23 de marzo.- Cinco académicos —uno de ellos con pasado en la política— analizan el año 1994. Para María Amparo Casar, el levantamiento en Chiapas simboliza el México bronco persistente en estos días. “En el error de diciembre falló la política, no la economía”, dice Luis de la Calle. Agustín Basave ve en los asesinatos de Colosio y de Ruiz Massieu el inicio de la degeneración del sistema político y de la violencia desbordada ahora. “La política mexicana cambió en 20 años para que el país siga siendo el sitio ideal para gente desigual”, dice Froylán Encizo. “La victoria de Fox se cocinó en el desastroso 94”, advierte Carlos Elizondo.

«El mayor impacto del 94 fue que se cayó el mito de Salinas de que las reformas encabezadas por el TLC permitirían el gran salto a la modernidad. Las reformas salinistas tuvieron dos premisas: fuerza institucional y control político para una gran coalición, una élite técnico-política que permitiría certidumbre a los inversionistas, control sobre los actores políticos y capacidad de implementar las reformas económicas”, sostiene Elizondo, investigador del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE).

Chiapas, los asesinatos políticos y el error de diciembre —explica— rompieron en unos meses del 94 la coalición alrededor de las reformas y mostraron que el PRI no tenía capacidad política ni de conducción económica.

“Por eso creo que el triunfo de Fox se cocina en el desastroso año 94. Se abre el espacio para un cambio, curiosamente desde la derecha, con un exdirector general de la Coca-Cola de papá gringo. Salinas quebró al país, y ni así pudo ganar Cárdenas. ¿Por qué? El año 2000 no sólo fue el año de la crisis del PRI, sino el año de la crisis del nacionalismo revolucionario”.

“Soy optimista y creo que en estos 20 años se construyó un andamiaje institucional y capacidades de gobierno para hacer cosas que antes no se hacían. Pero la moneda está en el aire: si la violencia y la inseguridad no se resuelven, las reformas no servirán de nada.”

Luis de la Calle advierte que 1994 es un parteaguas que inició con un balde de agua fría. En los 80 perdimos la esperanza del desarrollo y la recuperamos en los 90. “La exageramos y en 94 recibimos una dosis de ubicatex. Pero no falló la economía: falló la política”.

“Hubo una apuesta por la apertura y la estabilidad macroeconómica. El problema es que no fueron complementadas con una revolución democrática y del Estado de derecho.”

De la calle sostiene que el TLCAN es un enorme avance, un conjunto de reglas permanentes, algo muy antimexicano. No ha sido enmendado ni una vez, a diferencia de la Constitución. Es una enorme lección para el resto del quehacer nacional.

“El problema del 94 es que el poder colocó al país en una situación de vulnerabilidad. La crisis hubiera sido más suave sin la política fiscal y monetaria contradictorias e irresponsables. Nos dañó la política: el pacto de arreglos económicos. Fue una llamada de atención sobre la esquizofrenia de México: un país con modernidad y enormes rezagos.

Dice que todo eso ha cambiado en 20 años. Ya no existe un pacto económico y la falta de acuerdos en el Congreso, un aparente caos asociado a política y democracia, no es un paso atrás. “El caos de la democracia es preferible al orden de la dictadura”, subraya. “Es mejor eso a un régimen cupular o a la decisión del 92, la nacionalización de la banca”.

“Mexico está mucho mejor que hace 20 años –reitera De la Calle–. Es políticamente incorrecto decirlo. Hay estados como Querétaro, Aguascalientes, Coahuila, Baja California Sur y Chihuahua, con crecimiento similar a estados asiáticos”.

María Amparo Casar, investigadora del CIDE, señala que Chiapas sacó a la superficie el México bronco. Mostró la fragilidad de las instituciones y robó a la clase política y a los mexicanos la certeza de la paz y de la estabilidad que se daban por sentadas. Es un momento de quiebre en el que el control del Estado sobre el territorio queda cuestionado, en donde la economía queda expuesta y en el que el edificio social queda resquebrajado.

“Aprendimos que la amenaza de la guerrilla y de los movimientos sociales está siempre latente; que las rebeliones no se sofocan con las armas y que la presión internacional sirve para contener impulsos autoritarios, que la violencia política nunca está desterrada.

“No aprendimos la urgencia de disminuir la pobreza, que las inversiones millonarias sin estrategia, dirección y transparencia son insuficientes para disminuir la marginación. Seguimos igual o peor que antes. Ocosingo es un buen ejemplo: ha recibido fondos federales que uno supondría suficientes para superar la pobreza y mantiene índices de desarrollo muy por debajo de la media. No aprendimos, en palabras de Viridiana Ríos, que el discurso romántico del levantamiento zapatista se ha desgatado, pero sus argumentos no”.

Casar sostiene que el país evolucionó en el ámbito de la política: expansión de la pluralidad, fortalecimiento de los partidos de oposición, competencia dentro del partido hegemónico, órganos autónomos que limitan el poder del Ejecutivo, una Suprema Corte de Justicia que no sólo es contrapeso, sino que permite hacer valer derechos inscritos en la Constitución.

Pero —aclara— dejamos de avanzar en beneficios que creíamos que acarrearía la democracia: en el ejercicio del poder y la construcción de instituciones. En 20 años no creamos capacidades institucionales. Avanzamos poco o nada en el federalismo, en la lucha contra la corrupción, en el poder de los poderes fácticos, en el acceso a la justicia. Retrocedimos brutalmente en la seguridad pública.

“En los ámbitos económico y social estas dos décadas dejaron mucho que desear con un promedio de crecimiento de 2.4% y un incremento en la desigualdad”.

El historiador Froylán Enciso señala que el año 94 modificó el estado de ánimo. Fue un año muy triste para la mayoría (se dice que Carlos Slim creció su fortuna entonces). Salinas fue efectivo en comunicar el sueño de primer mundo, al tiempo que los mexicanos aprenderíamos a ser solidarios. Hasta creó una opción ideológica: liberalismo social.

“Pero en 1994 todo se destruyó. El surgimiento del EZLN mostró que el liberalismo social era una mentira y que eso de primer mundo era un insulto para los pueblos originales de México, y que los mexicanos éramos más racistas que lo que permitían ver las canciones de Televisa para apoyar el programa Solidaridad.”

Advierte que los asesinatos políticos terminaron por sacudir el embelezo salinista.

“Seguiríamos estando en manos de un grupo de sicópatas dispuestos a matarse. Perdimos de vista lo que no vemos hoy: el narco podemos solucionarlo con cambios institucionales y regulatorios para legalizar las drogas, pero hay cosas que no van a cambiar: el resentimiento de nuestras comunidades campesinas y populares por la injusticia, y la articulación de mecanismos comerciales para continuar con contrabandos, ahora que se empiecen a legalizar las drogas”.

Agustín Basave fue priista y hace años se dedica a la academia. Desde un cubículo en la Universidad Iberoamericana dice que a partir de 1994 una serie de acontecimientos facilitan el florecimiento de la violencia que vive el país en estos días.

“Con el asesinato de Colosio surge un mensaje de impunidad al más alto nivel: es posible asesinar al candidato del partido hegemónico y que los perpetradores se salgan con la suya. Se trata de un magnicidio que tuerce el curso de la historia con eficacia.”

Advierte que los asesinatos de Colosio y Ruiz Massieu, junto con dos tumores, la corrupción y la desigualdad, provocaron el envilecimiento del tejido social.

“El 94 es un año axial donde cambiaron las cosas con precedentes nefastos”, subraya.

“Creo que no hay lecciones aprendidas en estos 20 años. No se ha valorado lo que perdimos con Colosio: la oportunidad de una transición democrática cabal. Él tenía claro que era necesario abrirle espacios a la izquierda y con la izquierda tejió unas sólidas relaciones en el gobierno salinista.”

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