La trampa del dinero barato: necesidad de reinventar al sistema financiero

Clemente Ruiz

En la reunión de Bancos Centrales de la semana pasada el presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos anunció de que tolerará un aumento de la inflación para animar el crecimiento y el empleo. Señaló que “los riesgos han crecido” y el Banco Central usará “su completa gama de herramientas” de política monetaria para enfrentarlos. “Un mercado laboral fuerte es un objetivo nacional clave”. Con estas declaraciones Jerome Powell cambia la estrategia de contención de la inflación por uno que busca apoyar la tan deseada recuperación de la economía estadounidense.

Estados Unidos tardó en reaccionar a la senda del Banco Central Europeo (BCE) y del Banco de Japón, los cuáles registran tipos de interés negativos. El Banco de México se ha ido adaptando a esta tendencia global, bajando lentamente su tasa de 8 por ciento en agosto de 2019 a una tasa de 4.5 por ciento la semana pasada, aunque todavía tiene espacio para mayores ajustes.

La expectativa en estas medidas es que el dinero más barato ayude a financiar a tasas menores el endeudamiento del gobierno y de las empresas para estimular la economía, al mismo tiempo que trace un camino menos difícil para el endeudamiento de empresas y de personas físicas. La estrategia parece razonable, sin embargo, se hubiera requerido que esto se reflejara en el costo del dinero para las empresas y los consumidores. Sin embargo, esto no aconteció, para darnos una idea la tasa de referencia es 4.5 por ciento y de acuerdo con la página del Banco de México la tasa de interés promedio ponderada por saldo (efectiva) de créditos otorgados a personas y microcréditos con plazo a un año es de 64.99, es decir 14 veces la tasa de referencia; la de nómina de 26.81, seis veces la tasa de referencia; y la automotriz de 10.45 por ciento, 2.3 veces la de referencia. Este diferencial entre la tasa de referencia y el costo real del dinero para empresas y particulares en vez de alentar la recuperación le pone un camino más sinuoso.

De lo anterior surge una pregunta: ¿por qué no se ha dado un encadenamiento a la baja en el costo del financiamiento? Los argumentos de los banqueros señalan que requieren mantener estos diferenciales para elevar su nivel de reservas y que esto les ayuden a enfrentar la insolvencia de algunos créditos. Asumiendo que esto es razonable en la perspectiva financiera, la pregunta que surge es ¿que no sería mejor que redujeran las tasas que cobran para apoyar a las personas y a los pequeños empresarios y con ello reducir el riesgo de la insolvencia?

El problema es dual, por una parte, no se cumple con el propósito que plantea el reducir la tasa de interés de referencia del Banco Central, es decir ajustar el costo del dinero a la baja, sino que también bloquea la posibilidad de que las empresas y las personas puedan hacer uso del crédito para sobrevivir o apoyar su actividad cotidiana. Todo esto complica el escenario de recuperación de la economía, ya que un puntal de esta estrategia debiera ser la expansión del crédito a tasas razonables.

El panorama se complica aún más con las declaraciones del secretario de Hacienda en el sentido de que el proyecto de presupuesto para 2021 será aún más austero que el observado en 2020. Señalando en una reunión con diputados de Morena que “ya no va a haber guardaditos el año que entra, entonces, las condiciones económicas van a ser mejores, pero con menos espacio para poder tener amortiguadores”. Esto complica el panorama de la economía nacional y por lo mismo se requieren de varias acciones.

La primera debiera ser que las autoridades hacendarias y el Banco Central establezcan metas de expansión del crédito a tasas más reducidas, con el fin de apoyar a los agentes económicos a ponerse de pie. Ambas instituciones deberían convocar a una reunión con la banca para trazar trayectorias de expansión del crédito. Se trata de reinventar al sistema financiero para que se convierta efectivamente en una palanca y no un obstáculo para la recuperación. A este esfuerzo debería sumarse la banca de desarrollo, que hoy por hoy tendría que ser la encargada de impulsar el crédito para sectores estratégicos. Nacional Financiera no está funcionando como catalizadora del crédito para las empresas, como en otras épocas lo hiciera. La joya de la corona de la banca de desarrollo es, sin lugar a duda, Banobras, que debiera ampliar aún más su actividad para apoyar a los sectores que se han seleccionado como prioritarios a nivel regional.

Existen los instrumentos para impulsar la actividad económica, es cuestión de ajustar y poner en marcha a un pilar de la economía que ha sido relegado de la política actual, que es el crédito para la producción y la inversión. Rediseñemos lo que se requiera y ajustemos el sector financiero para que impulse el crecimiento, estamos a tiempo para poner en marcha un nuevo capítulo en la promoción del desarrollo.

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