La desigualdad en México hoy (y hace 200 años)

En 200 años, muchas cosas han cambiado en México… la desigualdad y la segregación por clases o castas parece no ser una de estas cosas.

Fuente: Forbes.com.mx

Hace algunos días, uno de los mayores expertos en el estudio de la desigualdad de riqueza e ingresos en el mundo, el profesor Branko Milanovic, visitó México para dar una conferencia en la UNAM. El foco de esta conferencia era la evolución de la desigualdad en el mundo, y en el marco de esta visita tuve la oportunidad de tener una larga conversación con él, en la cual fue inevitable discutir algunos aspectos de la desigualdad en México hoy en día y cómo ha cambiado a lo largo del tiempo.

Es fácil darse cuenta de la gran desigualdad que caracteriza a la sociedad mexicana. Mucha tinta se ha derramado explicando la precariedad del ingreso que sufre la mayoría de la población, las condiciones de pobreza multidimensional que están ligadas inexorablemente a la desigualdad y la marginación. También mucho se ha escrito sobre la concentración de la riqueza en pocas manos, incluso viendo cómo el asunto se vuelve uno de clase como bien elabora el periodista y académico Ricardo Raphael en su último libro Mirreynato.

En este contexto, el vasto conocimiento que tiene el profesor Milanovic sobre la evolución histórica de la desigualdad en el mundo, así como la desigualdad histórica en sociedades premodernas, tal como lo fuera la de la Nueva España, nos permite darnos cuenta que en 200 años muchas cosas han cambiado en México… la desigualdad y la segregación por clases o castas parece no ser una de estas cosas.

Milanovic, en su artículo de investigación con Peter Lindert y Jeffrey Williamson, estudia la desigualdad en civilizaciones antiguas como Roma o Bizancio, en la Nueva España y en otras. Los datos de Milanovic y sus coautores muestran –utilizando un par de conceptos (la frontera posible de desigualdad y la razón de extracción de desigualdad)– que hace doscientos años México sufría de niveles máximos de extracción por parte de las elites, maximizando la desigualdad que permitiera extraer tanta riqueza como fuera posible.

En estas mediciones, las elites novohispanas lograron perfeccionar la explotación al estado del arte, asegurándose de mantener a la mayor parte de la población en condiciones apenas de subsistencia. En esa sociedad, dice Milanovic, al igual que toda América Latina, la dinámica de la concentración de ingreso y de riqueza era determinada por la clase social a la que se pertenecía, y con ella el acceso a otros derechos. Es decir, en el mundo del México colonial la clase era determinada por el ingreso, y éste, a su vez, determinaba la política, la justicia y casi todos los aspectos de la vida en sociedad; hoy en día no es muy distinto.

Milanovic asegura que la desigualdad en el mundo tiene dos componentes principales: la desigualdad interna de los países que parece estar aumentando en todo el mundo, y la desigualdad entre países que parece estar disminuyendo. Este segundo componente se debe al proceso de convergencia de las economías, mientras que el primero obedece a condiciones tanto económicas como políticas que permiten la existencia de grandes desigualdades.

¿Qué tiene que ver esto con México hoy y con la Nueva España hace un par de siglos? La respuesta no es obvia en primera instancia, pero si se piensa un poco sobre ella, uno puede descubrir rápidamente que es una realidad; mientras algunos países, por ejemplo los asiáticos, suelen tener grandes diferencias entre sí (existen grandes diferencias entre nacer en Bangladesh o en Japón), si se da un vistazo a sus sociedades, éstas son relativamente muy igualitarias, es decir, si uno naciera en alguno de estos países más o menos tendría las mismas expectativas en la vida dentro de ese país, sin importar mucho en qué segmento de la estructura social se naciera, la clase no importa mucho.

La otra cara de esa moneda es América Latina, donde los países no son tan diferentes entre sí (nacer en México o en Brasil no impacta mucho las expectativas de vida de una persona); sin embargo, donde se nazca dentro de ese país, es decir, a qué segmento de la estructura social se pertenezca de origen, determina en gran medida el futuro de una persona. En América Latina, México sigue siendo un claro ejemplo de que la clase importa demasiado.

Esto es fácil de apreciar cuando observamos cómo dependiendo de en qué estado de la República se nazca, o a qué tipo de familia se pertenezca, aumentan o disminuyen las probabilidades de ir a la escuela, o de tener acceso a otro gran número de servicios y bienes públicos. Esta terrible desigualdad económica se ve reforzada por otras desigualdades, amplificando en gran medida todos los problemas sociales a los que nos enfrentamos.

Al observar esta especie de sistema de castas moderno y sus implicaciones políticas y económicas es fácil darnos cuenta que en medio de toda la modernidad que presumimos, México, al igual que otros países, sigue atrapado en un mundo como el de hace doscientos años. El México del presente es, en muchos aspectos, tan desigual como el México de antes de ser México.

La enseñanza que nos deja Branko Milanovic en este aspecto es la misma que nos ha dejado la “nueva escuela francesa de la desigualdad” de Bourguignon, Piketty, Saez y Zucman, o los estudios clásicos de Tony Atkinson y Amartya Sen: la desigualdad es fundamentalmente construida en el terreno político.

Si se desea combatirla, la primera condición inescapable es tener la voluntad de reconocer que las convenciones económicas y el dogmatismo que aceptamos respecto a ellas en nuestros países son las que permiten la existencia de una desigualdad tan grande y permanente en el tiempo.

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