La corrupción

Fuente: El Economista.

20 Enero, 2014 – 00:35
Isaac Katz

Medusa, ser mitológico, hermosa doncella hasta que fue violada por Poseidón. Esto hizo que transformara su bello cabello en serpientes y su fin fuera convertir a todo aquél que la mirase en piedra. Medusa muere cuando Perseo le corta la cabeza y de su cuello brota Pegaso, el caballo alado. Breve versión de esta parte de la mitología griega como introducción a un tema que está presente en nuestra sociedad, una enfermedad que nos agobia, serpientes que con su veneno minan el tejido social, un rostro horripilante que nos petrifica: la corrupción.

De acuerdo con el Índice de Percepción de la Corrupción 2013, elaborado por Transparencia Internacional, México se sitúa en el lugar 106 de 177 países evaluados, con una calificación de 34/100, muy por debajo de los países desarrollados y también muy por debajo de Chile, que se sitúa en el lugar 22. Vivimos en un país plagado de actos corruptos, cuyo resultado es un menor nivel de desarrollo económico y que son una causa de la desigualdad en la distribución del ingreso.

Corrupción a todos los niveles, desde la adjudicación de contratos de obra pública, proveeduría de los gobiernos, poder contar con el servicio de limpia, conectarse a las redes de electricidad y agua, pasando por todos los trámites gubernamentales en los tres niveles de gobierno, poder acceder a servicios médicos y educativos, recibir el correo, políticos y partidos políticos, gobernantes, policías, ministerios públicos y jueces corruptos, etcétera, un muy largo etcétera. Los mexicanos, como agentes económicos individuales, seamos personas o empresas, estamos oprimidos por un sistema de extracción de rentas con un alto costo social.

En todo acto de corrupción hay quien pierde y quien gana. Pierde el que tiene que pagar por recibir un servicio público o realizar un trámite; su nivel de bienestar se reduce porque esos recursos tienen un uso alternativo; principalmente, podían haber sido destinados a la adquisición de bienes de consumo familiar o inversión. Ganan los funcionarios corruptos que se apropian de una renta ejerciendo ilegalmente su poder público para obtener un beneficio personal.

Lo que unos pierden lo ganan los otros; sin embargo, no es un juego de suma cero, sino uno de suma negativa. La corrupción le cuesta al país, en la forma de mayores costos de transacción, una menor inversión, obras y servicios públicos de más baja calidad, menor crecimiento económico y menor desarrollo y bienestar de los mexicanos.

La ausencia de rendición de cuentas por parte de funcionarios públicos, junto con una ciudadanía que está prácticamente indefensa ante los actos que impunemente cometen los funcionarios corruptos, se convierte en un cáncer que va destruyendo a la sociedad, en una enfermedad que inhibe el progreso económico. Contralorías y oficinas de auditorías federales y estatales van y vienen y la corrupción, simple y sencillamente, no se reduce y, peor aún, en muchas ocasiones aumenta.

La solución obviamente no es fácil, pero sin duda uno de los aspectos centrales en la batalla en contra de la corrupción es la transparencia y la rendición de cuentas en un entorno de democracia efectiva y abierta al escrutinio público, incluido obviamente el ejercicio del gasto público. Y esto es lo que no se tiene, a pesar de algunos pasos que se han dado en esta dirección, como es el caso del Instituto Federal de Acceso a la Información Pública. La pregunta es: ¿quién será nuestro Perseo, el que aniquile a Medusa y permita que Pegaso vuele? ¿La Comisión Nacional Anticorrupción? Lo dudo.

ikatz@eleconomista.com.mx

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