El súper Peso

Roy Lavcevic

En los últimos meses la apreciación del Peso mexicano en relación al dólar de EEUU revive el debate sobre si un Peso fuerte es bueno, conveniente o no. Como individuos nuestra percepción puede ser buena: “Mi dinero vale más, mis pesos rinden más en el extranjero, los productos importados son más económicos que los nacionales”, y en general nuestros ingresos medidos en dólares han aumentado, por una simple diferencia cambiaria.

La otra cara de la moneda es el sector exportador, quienes ahora reciben menos pesos por sus productos, mientras sus costos locales se mantienen – o dicho de otra manera, sus ingresos en dólares son los mismos pero sus costos locales aumentan – es decir, un Peso fuerte reduce su margen y competitividad en relación a otros productores extranjeros.

Debemos comprender que antes de ser consumidores todos somos productores, sin excepción, ya que como individuos ofrecemos como producto nuestro trabajo. Quienes demandan ese producto son las empresas para producir bienes y servicios, retribuyendo ese trabajo con un pago (salarios), lo que es un ingreso para las familias y luego podrá recién ser consumidor. Entonces ¿Qué pasa si afectamos a las empresas? ¿Quiénes comprarán el trabajo, producto de los individuos?, pues si el individuo no puede vender su trabajo, porque éste se encarece en dólares, ¿Con qué ingresos podrá consumir? Por lo tal pensar que un súper Peso beneficia al consumidor y en general a la población, como muchas veces se dice, es un concepto equivocado, porque en el mediano plazo serán los más afectados.

Esta afirmación da espacio para quienes argumentan que los exportadores buscan que se les subsidie con un tipo de cambio subvaluado, señalando que en vez de buscar medidas proteccionistas, deben ser mas competitivos para subsistir. Otros dirán que es el mercado quien regula el valor del tipo de cambio.

El tipo de cambio esta determinado por el de flujo de divisas, oferta y demanda, el cual se clasifica como cuenta corriente y cuenta de capital. La primera incluye principalmente el intercambio de bienes y servicios, es decir exportación e importación, lo que refleja el nivel de capacidad productiva y de consumo del país. La cuenta de capital consiste en la transferencia de capital y la adquisición de activos no tangibles, es decir inversiones en empresas y bienes de capital (inversión extranjera directa) e inversiones en activos financieros (inversión extranjera de cartera) lo que son bonos, acciones y otros valores públicos y privados, en otras palabras inversión en papeles.

En México la balanza comercial es deficitaria, aun considerando el petróleo, y sin éste el déficit llegó a 52 mil millones de dólares en el 2012, parte de los ingresos petroleros está sirviendo para financiar importaciones de bienes que pudieran ser producidos en el país. Tan solo en el sector manufacturero significa 776 mil empleos directos, más la actividad indirecta que pudiera generar. Podemos afirmar que se están dejando de generar esos empleos porque preferimos comprar en el extranjero con dinero del petróleo y/o flujos financieros.

La otra fuente de divisas es la cuenta de capital, inversiones extranjeras. En el 2012 la inversión extranjera directa (compra de empresas, reinversión, activos tangibles) llego a los 12.6 mil millones de dólares, pero la de cartera (inversión en papeles) llegó a los 80 mil millones, ¡seis veces más! Son recursos que así como entrar salen, dólares que en algún momento tendremos que regresar pero por lo pronto, están siendo utilizados en parte para financiar el tipo de cambio.
A diciembre de 2012 el saldo de inversión en cartera alcanzo 309 mil millones de dólares, es decir el doble de las reservas en moneda extranjera (en divisas convertibles) en el Banco de México. Se presume del nivel de reservas internacionales, pero apenas alcanzan a cubrir la mitad de este dinero “golondrino” que es un pasivo y lo estamos gastando en fortalecer el peso. Este flujo está impulsado en gran medida por las altas tasas de interés – si lo comparamos con EEUU que son casi cero – gracias a la política del Banco de México para controlar la inflación, generando un flujo innecesario y a veces contraproducente al propósito que persigue el mismo Banco de México. Este flujo excedente de divisas no es un reflejo de la economía real, el sector productivo.

Asumir que existe un libre mercado que mantiene este equilibrio no necesariamente es correcto. Los mercados no son perfectos por lo cual la libre flotación sin sesgos no existe. Los lineamientos de la política monetaria son mensajes a los mercados y tiene sus efectos, influyen en el valor de la moneda, lo cual se conoce como flotación “sucia”, en beneficio o perjuicio, sesgando este equilibrio. Muchos de los flujos de divisas son meramente especulativos o movimientos financieros de corto plazo, es por eso que algunos países gravan este tipo de inversiones, que no es el caso de México.

 

No existe un número mágico o exacto para definir el tipo de cambio correcto, pero si quizás un nivel adecuado, pensando de una forma más pragmática, que vaya de la mano de los objetivos económicos que se desean, así como parte de una política industrial donde esta variable económica pueda ser un parámetro para los objetivos. Un indicador que nos puede ayudar a medir qué tan subvaluada o sobrevaluada está la moneda es el Tipo de Cambio Real, publicado por el Banco de México, y es simplemente el precio de la divisa medido en términos reales a lo largo del tiempo. (ver tipo de cambio como instrumento de crecimiento y empleo), ya que finalmente el tipo de cambio es un precio relativo de bienes entre dos países. Un tipo de cambio real apreciado encarece los insumos locales y en consecuencia la producción nacional.

Como resultado de esta apreciación del tipo de cambio real se tiene un desbalance de precios relativos, lo que significa que los precios de bienes no comerciables (cerrados a la competencia internacional por su naturaleza o restricciones, por ejemplo al ser monopolios públicos o privados) tienen un incremento de precios mayor a los comerciables (abiertos a la competencia internacional), lo que se traduce en costos de producción mayores para las empresas pero los precios de sus bienes limitados a los internacionales. Este desbalance genera menor rentabilidad sobre las inversiones, en consecuencia la inversión en México ha venido a la baja en las dos últimas décadas.

Muchos países han utilizado el tipo de cambio como instrumento para fomentar sus exportaciones y sector productivo (eliminar déficit en su balanza comercial). Los países asiáticos lo hicieron décadas atrás, hoy lo hace China e incluso los países “desarrollados” han empleado esta política y entrado al debate sobre la guerra de divisas a raíz de las crisis de éstos últimos años, lo cual claramente nos evidencia que es una falacia pensar que existe un “libre mercado”.
Si bien el mecanismo mas adecuado para el manejo del tipo de cambio es el que permite ajustarse constantemente de acuerdo a los flujos de divisas, habría que identificar el origen de esos flujos para “esterilizar” aquellos que solo traen “ruido”, sin beneficio real de la economía.

Dicho en otras palabras, esta apreciación es producto de un excedente de divisas “golondrinas” y altos precios del petróleo con los cuales estamos financiando un tipo de cambio “barato”, olvidando que tarde o temprano esos capitales volverán a salir y solicitarán sus dólares que ahora estamos gastando, pegando al aparato productivo nacional, quien es el que genera los empleos y la inversión que requiere el país para generar crecimiento.

En los últimos años los conceptos y dogmas que se tenían sobre el tipo de cambio y su relación con el crecimiento han cambiado. Ahora se reconoce que el valor del tipo de cambio real es importante para los países en desarrollo y es evidente la relación que existe con el crecimiento económico de un País. Un adecuado nivel del tipo de cambio real y una política comercial selectiva son necesarios para lograr un crecimiento económico en países en desarrollo.

En ese sentido, lo que se plantea no es una devaluación para fomentar al sector exportador sino cuestionarse ¿Qué necesidad hay de permitir esta apreciación a costa de dañar al sector productivo real del país?, y al hacerlo, ¿Cuál es el beneficio?
México tiene en sus manos todas las herramientas necesarias para detonar su crecimiento. Pensar en políticas económicas con un toque de pragmatismo y menos dogma puede ser la clave de este tan anhelado crecimiento que hemos esperado durante 30 años.

Asociación Nacional de Empresarios Independientes, A.C.