Desigualdad extrema

En enero de 2014, Oxfam reveló que las 85 personas más ricas controlaban tanta riqueza como la mitad más pobre de la población mundial. Para enero del 2015, el número se había reducido a 80. La profundización de la desigualdad económica es la tendencia más preocupante para 2015, según el Foro Económico Mundial.

Fuente: elnorte.com

José Woldenberg

Así empieza el estudio de Gerardo Esquivel sobre la «Desigualdad extrema en México» (Oxfam. México. 2015). Constata una tendencia (casi) universal, pero asume que el viejo dicho de «que mal de muchos es consuelo de tontos» es cierto.

Se trata de un llamado de atención sobre lo que sucede en nuestro País, en el cual las desigualdades oceánicas hacen difícil hablar de una nación integrada. Estamos más bien ante un archipiélago de grupos y clases tan distintos, tan flagrantemente diferentes, que el «sello» de nacimiento (nacer en una comunidad indígena o en San Pedro Garza García) condiciona en buena medida las posibilidades que se le abren a cada quien.

No hay sociedades enteramente igualitarias. Eso lo sabemos. Incluso en aquéllas en las que en nombre de la igualdad se suprimieron las libertades, acabaron por generar una desigualdad clara entre sus respectivas nomenclaturas y el resto de los mortales.

Pero hay de desigualdades a desigualdades. Y en nuestro caso se trata, como bien apunta Esquivel, de una situación extrema. Fórmulas para ilustrar eso sobran y el autor nos dice que «México, en donde más de 23 millones de personas no pueden adquirir una canasta básica… alberga a uno de los hombres más ricos del mundo». Algo más que un botón de muestra.

Y además la desigualdad crece. «Entre mediados de los noventa y 2010, la desigualdad de ingreso disminuyó. Sin embargo, la desigualdad es mayor a la que había en los ochenta. Estamos, pues, frente a dos eventos contradictorios: ha crecido el ingreso per cápita, pero se han estancado las tasas de pobreza en el país. Lo anterior se produce porque el crecimiento se concentra en las esferas más altas de la distribución».

Esa desigualdad construye mundos distantes y tensiones sociales crecientes. Es imposible sentirse parte de una comunidad cuando las diferencias en términos de ingreso y satisfactores materiales son tan profundas que impactan todas las esferas de la vida social. Y como lo apuntaba la CEPAL, esa polarización segrega, escinde, inyecta tirantez a las relaciones e impide ese mínimo de cohesión social que posibilita una existencia medianamente armónica, medianamente solidaria.

Si como dice el estudio, «al 1% más rico le corresponde un 21% de los ingresos totales de la nación. (Y si) el Global Wealth Report 2014 señala, por su parte, que el 10% más rico de México concentra el 64.4% de toda la riqueza del país», no es difícil entender por qué el resto de las construcciones para desarrollar una vida en común se encuentran tan erosionadas.

El piso endeble de la desigualdad no es propicio para apuntalar los cimientos de otras edificaciones imprescindibles. La apropiación de derechos, la impartición de justicia, los procesos comiciales o el simple trato en una oficina -y sígale usted- se trastocan. O para decirlo de otra manera: la impronta de la desigualdad marca negativamente usos y costumbres, rutinas sociales, fórmulas de representación y en el extremo las distorsiona. Por ello, no es deseable (aunque sí posible) contemplarla como algo «natural», añejo (que por supuesto lo es), parte inconmovible de nuestro paisaje.
El texto de Esquivel no es solo un análisis, sino presenta los trazos de una eventual política alternativa capaz de hacerse cargo del problema.

Adelanta cinco iniciativas que pueden cambiar el rumbo: «1. La creación de un auténtico Estado Social y un cambio de enfoque, de un Estado dador a un Estado que garantice el acceso a los servicios básicos bajo un enfoque de derechos. 2. Una política fiscal progresiva y una distribución más justa… 3. El gasto ha de focalizarse en educación, salud y acceso a servicios básicos, en infraestructura, en escuelas que cuenten con los servicios… 4. La política salarial y laboral asimismo debe cambiar: es impostergable fortalecer el nivel de compra del salario mínimo. 5. La transparencia y rendición de cuentas: si realmente se quiere combatir la corrupción, las declaraciones fiscales de todos los miembros del gobierno deben hacerse públicas. Sólo así se fortalecerá el Estado de Derecho».

No está mal para recomenzar… aunque sea la discusión.

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