¿Celebrar la Independencia? Una reflexión en tiempos de engaño
Cada septiembre, el país se viste de verde, blanco y rojo. El sonido de las campanas se mezcla con los fuegos artificiales y el grito ritual que evoca la gesta de 1810. Es una celebración profundamente arraigada en el corazón de los mexicanos, un momento de aparente unidad nacional. Sin embargo, en medio de la fiesta, surge una pregunta incómoda pero necesaria: ¿qué tan lógico es celebrar la independencia de una nación que, más de dos siglos después, sigue sometida a un sistema extractivista?
La Independencia de México fue, en su esencia, un acto de rebeldía contra un poder opresor que sometía políticamente a los locales y los explotaba para favorecer los intereses económicos de una metrópoli lejana. La Independencia fue la lucha por la autodeterminación, por la capacidad de decidir libremente el rumbo político, económico y social de la nación. El grito de Dolores era, en el fondo, un clamor por la soberanía y la justicia.
Hoy, el panorama invita a una reflexión sombría.
Lejos de haber consolidado una república plenamente soberana y justa, México parece estar secuestrado por una oligarquía político-económica moderna. Este poder simbiótico, donde un reducido grupo de intereses empresariales anticompetitivos y una clase política profesional se entrelazan para perpetuarse en el poder, operando como un nuevo virreinato. Deciden quién compite y quién no en las elecciones, deciden quién accede a los recursos y quién no, y reparten privilegios como antaño se repartían las encomiendas. El resultado es un sistema extractivista que estrangula la libre iniciativa, premia la conexión y no el mérito, y condena a millones a pagar tributo a oligopolios privados y públicos, mientras administra la pobreza y la informalidad, negándole al ciudadano las libertades que supuestamente ganamos en 1821.

Ante esta realidad, celebrar la independencia sin una crítica profunda podría parecer, cuanto menos, una contradicción. Podría interpretarse como validar un statu quo que traiciona los ideales por los que Hidalgo, Morelos y muchos otros lucharon.
Sin embargo, la respuesta no es dejar de celebrar, sino re-significar la celebración. Dejar de ver el 16 de septiembre como una simple fiesta cívica y convertirlo en un potente recordatorio de la tarea pendiente. La fecha debe ser un catalizador de la indignación moral y un llamado a la acción liberadora. Es oportuno y necesario celebrar, no lo que creemos ser, sino lo que juramos ser: una nación libre y soberana, próspera y justa.
La celebración será entonces un acto de protesta, una reafirmación colectiva de que el proyecto independentista está inconcluso.
La verdadera conmemoración de la independencia no debe limitarse a vitorear al pasado, sino a organizarse para el futuro. La lucha hoy ya no es contra un monarca extranjero, sino contra las estructuras internas de opresión: los partidos con dueño y la economía de cuates, que privatizan nuestra soberanía.
Para alcanzar una independencia efectiva, se requiere de una movilización cívica masiva, plural y sistemática que una a todos aquellos que son víctimas del sistema de privilegios: los trabajadores formales e informales que no pueden progresar, la clase media que ve erosionado su poder adquisitivo, los pequeños y medianos empresarios que no pueden competir, y los jóvenes votantes a quienes se les niega un futuro promisorio.
Es imperativo que, desde la sociedad civil, surjan iniciativas que trasciendan la queja estéril y articulen una fuerza social capaz de defender los valores democráticos y liberales que hacen posible una nación próspera. Se necesita un frente amplio que, inspirado en el mismo espíritu de rebelión responsable de 1810, luche por una nueva independencia: una que nos libre de los oligopolios, de la partidocracia corrupta y de la resignación.
Por lo tanto, debemos celebrar la independencia con la conciencia clara de que la gesta no terminó. Cada “¡Viva México!” debe ser al mismo tiempo un grito de festejo y un llamado a la acción para luchar por el país que merecemos, honrando, por fin, el sacrificio de aquellos que tuvieron el valor de empezar esta lucha.
La verdadera celebración será el día en que podamos gritar, sin ambages ni contradicciones, que México es verdaderamente libre y justo.
Roberto Gallardo Galindo
Director General
Asociación Nacional de Empresarios Independientes, A.C.