Una ruta para superar la pobreza

Fuente: Excelsior 

Por Mario Luis Fuentes

 

Un reciente estudio desarrollado en Estados Unidos de América apunta a una conclusión que, por evidente, la hemos obviado en múltiples ocasiones: no sólo estamos actuando de manera poco asertiva, sino que estamos llegando muy tarde con aquellas personas que más requieren de la solidaridad de la comunidad y de la protección del Estado.

¿Por qué no hemos logrado romper con los ciclos intergeneracionales de la pobreza? Esta es una pregunta que nos hemos hecho a lo largo de los últimos 30 años, sin haber logrado construir las respuestas adecuadas.

Frente a esta cuestión, un reciente estudio desarrollado en Estados Unidos de América apunta a una conclusión que, por evidente, la hemos obviado en múltiples ocasiones: no sólo estamos actuando de manera poco asertiva, sino que estamos llegando muy tarde con aquellas personas que más requieren de la solidaridad de la comunidad y de la protección del Estado.

En este estudio, se hace énfasis una vez más en el hecho de que las intervenciones deben comenzar desde antes del nacimiento, lo cual nos lleva de regreso a un planteamiento elemental: la existencia de las personas se define desde el vientre materno y es ahí en donde debe iniciar el proceso de intervención de las instituciones sociales.

El citado estudio parte de un principio fundamental: las desigualdades se encuentran tanto en la imposibilidad efectiva para acceder a niveles aceptables de bienestar, como en la cancelación de oportunidades para la mayoría incluso desde antes de nacer.

Una de las medidas adoptadas para generar evidencia al respecto consistió en enviar enfermeras y trabajadores sociales a los hogares de mujeres pobres embarazadas, tanto unidas como solteras, a fin de dar asistencia y acompañamiento durante el embarazo hasta los primeros dos años de las niñas y los niños.

Los resultados son notables; dos ejemplos bastan: en los hogares en donde se dieron las intervenciones de las enfermeras y trabajo social, se registran 75% menos casos de abuso infantil y omisión o negligencia en el cuidado; y en el seguimiento en el tiempo, el impacto en la reducción de la violencia es mayor: menos de 50% de arrestos o detenciones entre la población de 15 años asistida, que entre el promedio de su edad en todos los estratos económicos y sociales.

El estudio presentado el 12 de septiembre, en The New York Times por Nicholas Kristof y Sheryl WuDunn, muestra evidencia adicional respecto de que, por cada dólar invertido en el cuidado de las niñas y niños a través del señalado enfoque de intervenciones tempranas —sobre todo en el caso de las madres solteras—, se obtienen beneficios equivalentes a 5.75 dólares, es decir, una tasa de retorno de inversión social por arriba de 500 por ciento.

Es cierto que el contexto norteamericano dista mucho de nuestra realidad; pero habría que preguntarnos qué pasaría si, con base en los programas sociales que ya tenemos, decidiéramos poner al centro de todas nuestras decisiones a las niñas y a los niños.

Lo anterior implicaría un vuelco de 180 grados en la perspectiva de la política pública porque un programa como el señalado implica romper con la lógica burocrática que hoy tenemos: de la atención en el escritorio y las ventanillas, a la atención en las viviendas, no a través de coordinadores o promotores, sino de un seguimiento y acompañamiento personalizado.

Proteger a la niñez y garantizar sus derechos es una responsabilidad inexcusable para todo gobierno. Y diseñar una nueva política social, sustentada en el principio de la acción “cara a cara” constituye un reto, no sólo necesario, sino urgente si de verdad queremos, no sólo reducir la pobreza, sino sobre todo, la desigualdad.

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