Sobreviven de milagro

Fernando Luna Rodríguez

Las últimas décadas han sido un desastre, un desfile de personajes y partidos que aprovecharon un sistema electoral “arreglado” para alternarse en el uso, goce y disfrute del poder, siempre prometiendo un cambio para mejorar, sin tener una visión adecuada sobre las condiciones necesarias para el crecimiento y desarrollo del país.

No es necesario inventar el hilo negro. México transitó de ser un país agrícola a un país industrializado a partir de la Revolución Mexicana, mostrando un notable avance a partir de los años de la Segunda Guerra Mundial, con el comienzo del llamado “Período del Desarrollo Estabilizador”, que duró desde 1940 hasta 1980.

Dicho período tuvo como principales aciertos el promover la inversión a través de condiciones macroeconómicas que estimulaban al pequeño empresario a invertir y crecer, mientras se aplicaba una política social que lograba una mejor distribución de la riqueza hacia la clase trabajadora.

Lo anterior es la descripción de un círculo virtuoso en el cual el Gobierno mantiene reglas claras que estimulan el crecimiento de las empresas y nos acercan al pleno empleo.

Con estabilidad, orden y apoyos razonables, los empresarios invierten, capacitan, adquieren o desarrollan tecnología y dan empleo; mientras tanto, gracias a la expansión del empleo y la política social, los trabajadores consolidan un estilo de vida que les permite alcanzar un pleno desarrollo personal y profesional.

Antonio Ortiz Mena, principal artífice del desarrollo estabilizador como política económica, señalaba que “el Estado tiene la responsabilidad, conforme a las leyes básicas de la nación, de promover y encauzar el desarrollo económico”, con el propósito de “aumentar los salarios reales” y “mejorar la participación de los asalariados en el ingreso nacional disponible.”

El desarrollo estabilizador lo definía como “el esquema de crecimiento que conjuga la creación de un ahorro voluntario creciente y la adecuada asignación de los recursos de inversión con el fin de reforzar los efectos estabilizadores de la expansión económica en vez de los desestabilizadores que conducen a ciclos recurrentes de inflación-devaluación”.

Según esa concepción, el desarrollo económico “consiste en el aumento sostenido del volumen de producción por hombre ocupado; presupone básicamente un incremento en la dotación de capital que haga viable mejorar la productividad y el ingreso real de la fuerza de trabajo y mantener tasas adecuadas de utilidad”, así lo plasmaba Ortiz Mena, en su libro «El desarrollo Estabilizador, Reflexiones sobre una época».

Luego de cuatro décadas de aplicar este esquema, México evidenció un mercado interno sólido y se empezó a consolidar una clase media amplia e incluyente. Quedó demostrado así que los PYMES invertimos agresivamente cuando contamos con un mínimo de condiciones de rentabilidad; contando con ellas, podemos llevar al país al desarrollo.

Posteriormente, nos volvimos maquiladores y atractivos por la “mano de obra barata”, la disposición de materia prima y la buena posición geográfica, es decir, abrazamos el tercermundismo cuando tocábamos a la puerta del primer mundo.

Con la globalización, la política social también fue descuidada: terminó la expansión del cuidado a la salud, la educación gratuita y la vivienda, bajando su calidad y disponibilidad, deteniendo así un factor importante para brindar una igualdad sustantiva entre la población.

¿Qué necesitamos para crecer? Lo primero es entender que la globalización no implica el abandonar a la planta productiva nacional, ni a los trabajadores. La inversión que necesita el país para crecer debe provenir de los empresarios nacionales, y los principales beneficiarios del crecimiento deben ser los trabajadores mexicanos, ellos son la clase media que necesitamos para mantener la estabilidad.

¿Que necesitamos para tener un esquema mejor aún que el del desarrollo estabilizador? Es sencillo: una política fiscal que abarate el costo del gobierno; una política comercial interna que nos proteja de los monopolios y oligopolios públicos y privados; una política de comercio exterior que permita el comercio justo entre naciones; una política monetaria que nos brinde acceso al crédito barato, y una política cambiaria que nos permita competir internacionalmente, sin encarecer nuestra moneda de manera artificial.

Por ahora, los empresarios pequeños y medianos de México sobreviven de milagro.

Fuente: https://www.eluniversal.com.mx/opinion/fernando-luna-rodriguez/sobreviven-de-milagro