Sin buenas expectativas

Fuente: El Norte / OPINIÓN INVITADA

Fernando Turner

Las políticas monetaria, cambiaria, comercial y fiscal, escritas en piedra, continuaron su acción recesiva, confiando en que el reformismo evitara otro fracaso.

Aun con todo su ímpetu, la realidad no logra fragmentar la ciega fe en el dogma que ha producido estancamiento, pobreza y desigualdad.

Los tecnócratas y su legión se niegan a reconocer lo obvio: algo está sustancialmente mal en el modelo económico.

Se prefiere tratar de rediseñar al País, con enormes costos políticos, en una entelequia para que funcione el sistema y no para adaptar la operación económica a la realidad de México.

Por esa obstinación, por esa falta de flexibilidad, empezamos 2015 sin expectativas favorables, expuestos al vendaval mundial y guiados por una autodestructiva obsesión. En medio de la tormenta petrolera, un minúsculo paraguas financiero y el «estamos blindados». Sólo hay preocupación por cubrir el presupuesto y pasar las elecciones.

Ante el inminente aumento de tasas de interés en Estados Unidos, estancamiento en Europa, desaceleración en China y recesión en Japón, nos escudamos en un frágil equilibrio mantenido con los alfileres del dinero golondrino y la quimera de la bonanza.

Para enfrentar la inestabilidad social causada por la quiebra de la gobernabilidad, la justicia, la transparencia y la seguridad -resultado de décadas de cambios cosméticos y estancamiento- se compra tiempo, se oculta la realidad y se improvisan programas sin operatividad.

Encontrar los catalizadores de la inversión, sancionar culpables y liderar cambios de fondo no está en la agenda.

Ya es tiempo de que reconozcamos que el modelo económico es inadecuado y que se necesita ajustarlo. Que decidamos emplear todas las herramientas para acelerar la inversión, el empleo y la mejora en los ingresos de la población. Que dejemos atrás el miedo de aplicar medidas diferentes al sacrosanto canon neoliberal.

Esto implica reducir el gasto público excesivo eliminando gastos dispendiosos, ofensivos e inmorales, y atacar la corrupción.

Hacerlo permitiría bajar impuestos y sintonizar ya los precios excesivos de energía con los mundiales, ampliando la rentabilidad de las inversiones privadas y acrecentando el ingreso disponible de consumidores.

Debemos alinear los precios internos de los monopolios a los internacionales y combatir enérgicamente las prácticas anticompetitivas que aprisionan a emprendedores y consumidores.

Eso desinflaría parcialmente la sobrevaluación cambiaria y alentaría las inversiones.

Requerimos también dejar flotar libremente el tipo de cambio neutralizando el excesivo y peligroso ingreso de divisas golondrinas y la monetización de los ingresos petroleros.

Además, aplicar una política monetaria que mantenga el costo del dinero a niveles competitivos con el exterior y obligar a la banca comercial a canalizar crédito, si es necesario, mediante la competencia directa de la banca de fomento y la creación de una institución de garantías a las Pymes.

Esas acciones lograrían la paridad adecuada para que la balanza comercial se convierta en superavitaria y genere los empleos que las exportaciones sin contenido nacional solamente han creado en la ficción oficial.

Mantener un peso «fuerte», sin competitividad real, producirá lo que ha producido: déficits comerciales cubiertos con ingresos petroleros y capitales golondrinos, estancamiento económico y bonanza aparente al subsidiar importaciones.

Sin estas acciones, ante una crisis petrolera continuada o una mayor turbulencia financiera mundial, la paridad nos estallará en la cara, otra vez, con costos formidables para el País.

Este programa es inevitable. Vendrá con caos o con orden.

Con caos, si el dogma sigue imperando.

Con orden, si la Virgen ilumina a nuestros próceres. Recemos.

El autor es presidente de la Asociación Nacional de Empresarios Independientes, A.C.

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