RADIOGRAFIA DE LA ECONOMÍA MEXICANA; UNA PROBLEMÁTICA EN BUSCA DE LÍDERES

Fernando Turner D.
(El texto corresponde a una presentación realizada para la asociación Selider, A.C.)

Con 50% de la población en situación de pobreza -60 millones de personas-; 12% de la población económicamente activa en estado de desempleo o subempleo, 23% en el sector informal y 56% de los trabajadores devengando un salario abajo del nivel necesario para cubrir las necesidades básicas de alimentación, podemos asegurar que la economía mexicana no es eficiente en cuanto a procurar el bienestar social de las mayorías.

 

Si agregamos que el Índice de Gini, el cual mide la desigualdad de ingresos es de los más altos del mundo, podemos asegurar que la economía mexicana tampoco genera una situación de justicia.
La economía no es eficiente y no es justa.

¿Cuál es la causa raíz de esta situación?

Se nos ha imbuído que la falta de “reformas estructurales” es la causa de este resultado. Eso se nos ha predicado desde hace 30 años, cuando empezó el dominio de la ideología neoliberal y las primeras reformas estructurales se definían como necesarias y suficientes para activar la actividad económica.

Entonces se abrió el comercio exterior; se independizó el Banco de México; se vendieron- más bien se regalaron- las empresas paraestatales para disminuir el tamaño del gobierno en la economía; se redujo el déficit público a base de aumentar impuestos y tarifas, pero sin reducir el gasto, y se dejó flotar el tipo de cambio de acuerdo con “las fuerzas de la oferta y la demanda”.

Eso fue en la década de los 80´s. Dicha década se caracterizó por el menor crecimiento económico desde la época de la revolución, la mayor inflación -la cual llegó hasta 160%- y el mayor desempleo.

Como el dogma neoliberal no podía estar equivocado, se propuso entonces que se requería una segunda generación de reformas a partir de la firma del tratado de libre comercio de Norteamérica: apertura comercial irrestricta y la firma de tratados de libre comercio a granel; acumulación de reservas para proteger el tipo de cambio; beneficios a la inversión extranjera y reprivatización del sistema financiero.

En eso nos pasamos la década de los 90´s.

En esos 10 años, la inversión total aumentó solamente 1.8% anual, el crecimiento del PIB llegó a 3.5% anual, aumentó la creación de empleos formales sin llegar a cubrir las necesidades de una población joven creciente, cayeron los salarios reales y se estabilizó el tipo de cambio. Se pensaba que habíamos estabilizado la economía. Sin embargo, al final del sexenio y principios del siguiente (1994-5) se manifestó una crisis cambiaria de grandes proporciones que derrumbó el PIB a menos 6%, destruyó millones de empleos, acabó con miles de empresas y con el espíritu emprendedor de miles de pequeños y medianos empresarios y de sus familias.

El plan de ajuste económico del sexenio de Zedillo,(1994-2000) incluyó un aumento “temporal” del IVA; elevados incrementos de precios de energía, servicios del gobierno y oligopolios privados; congelamiento de salarios y restricción de préstamos a empresas. La banca bajó su tamaño total de crédito cerca de 33% de PIB (1994) a 11% (2004) a base de cobrar a como diera lugar los préstamos a empresas, las cuales se encontraban en la peor situación posible ante la baja de demanda y aumento de costos. Muchas empresas cerraron y muchos empresarios se retiraron permanentemente de la actividad productiva independiente.

La solución a la crisis y al bajo crecimiento: más apertura comercial, más impuestos y gasto público, más apoyo a los monopolios públicos y privados. Mayor protección a la banca y cero responsabilidad gubernamental.

Según los gurús neoliberales, el problema fue que se excedió el financiamiento de la banca al sector privado y que los empresarios contrajeron súbitamente “la cultura del no pago”. Había que rescatar a la banca y al gobierno, pero no a los productores. A los que compraron los bancos con créditos relacionados, pero no a los que los usaron para producir y emplear. Al gobierno para que siguiera gastando y derrochando pero no a los contribuyentes para que siguieran pagando impuestos.

El sexenio mencionado acabó con un promedio de crecimiento económico de 3.4% y con un déficit de 3 millones de empleos.

Con el cambio de partido en el gobierno en el 2000, no se puso en marcha una nueva estrategia económica, sino que se profundizó la fallida. Los funcionarios hacendarios y financieros fueron del mismo club de tecnócratas que habían mal administrado la economía desde 1980. El presidente fue copado por los intereses especiales que preferían el statu quo y atemorizado por los organismos financieros internacionales para que delegara la política económica en el mismo grupo de tecnócratas neoliberales.

Consecuentemente, los ajustes al modelo fueron mínimos, privilegiando a los oligopolios privados y el endurecimiento de la política fiscal para engrosar el gasto público. Sin programa económico propio, el presidente y su partido, se confundieron en pensar que los ideales liberales y subsidiarios del PAN eran los de un neoliberalismo estancador. La inversión total a PIB siguió su tendencia descendente y consecuentemente el crecimiento de la economía se debilitó aún más.

El crecimiento promedio logrado en el sexenio 2000-2006 fue de 2.3% anual con un déficit de otros 3 millones de empleos.

 

Calderón se rodeó igualmente del mismo grupo tecnócrata, al que delegó el manejo económico mientras se vestía de soldado e iniciaba una fallida guerra interna. Inició con Carstens como secretario de hacienda y llevó a la secretaría a su menor nivel profesional con uno de sus más fieles alfiles, notoriamente rebasado, como encargado de la política económica.

Además de proseguir con la misma estrategia económica, no obstante sus raquíticos logros, se dejó llevar por el pésimo consejo de aumentar los ingresos del gobierno para expandir el gasto público, implementando una “reforma fiscal” en el momento menos oportuno: cuando iniciaba la crisis financiera mundial. El resultado fue una caída del PIB del 6.2%, el segundo peor de todos los países del mundo, a pesar de que México tenía una banca relativamente sana dada su baja contribución al financiamiento nacional. La inversión total a PIB bajó todavía más y el crecimiento promedio anual (2%) fue el más bajo desde el sexenio de De la Madrid.

El presente régimen inicia su mandato en un clima de débil recuperación mundial y una economía estancada y desmoralizada. Baja inversión y productividad, alto desempleo y desigualdad, violencia e inseguridad. Su respuesta: una larga lista de reformas estructurales para acentuar el modelo neoliberal y abrir aún más la economía a la inversión extranjera. Mediante un pacto político sui géneris, se logra pasar una serie de reformas cuyo anticlimax estamos todavía por vivir, cuando ya se observan mensajes de cautela del propio gobierno acerca del tiempo necesario para que éstas –antes proclamadas como la solución a todos nuestros males- logren impactar la economía y el bienestar de los mexicanos.

En medio de estas reformas tendientes a promover la inversión y el empleo, se empuja otra “reforma fiscal” para financiar un crecimiento extraordinario del gasto público el cual se complementará con un creciente déficit fiscal. Al mismo tiempo se lanza una intensa campaña de endurecimiento fiscal. La sociedad civil responde a estas reformas y en especial a la fiscal con una acendrada desconfianza y hostilidad ante la reducción de ingresos y utilidades a individuos y empresas.

El resultado de estas acciones ha sido un enorme desengaño ante el estancamiento de la economía durante 2013 y 2014. El primero de esos años, ante un pronóstico de crecimiento de 3.5% se logró 1.1%. En el segundo, iniciado con un pronóstico oficial de 3.7%, hemos alcanzado únicamente 1.7% a mitad de año. La inversión total sigue su descenso, lo que augura un bajo crecimiento en actividad económica y empleo para 2015.

¿Por qué no se acelera la economía a pesar de las reformas? ¿Estamos condenados al fracaso? ¿México no tiene remedio?

La razón del estancamiento es la siguiente:

Durante los últimos 25 años, los precios de los bienes no comerciables (de los monopolios públicos y privados) han aumentado al doble que los precios de los bienes comerciables internacionalmente (los que produce todo el aparato productivo sujeto a competencia). Esto, ha disminuido substancialmente la rentabilidad de las inversiones en el sector más dinámico y productivo y los salarios reales de sus integrantes. Grandes ramas productivas han dejado de ser negocio rentable y los empresarios de esas ramas han dejado de invertir desplazando una mínima parte de su capacidad financiera a actividades protegidas. Esto ha causado una continua baja en las inversiones totales y aumentado el déficit de empleos, lo que ha contribuido a bajar aún más los salarios reales, y aumentado la informalidad y las actividades delictivas.

 

 

Este es el resultado neto de las políticas seguidas en los últimos 30 años. Desinversión productiva, concentración en áreas de baja competencia económica, enriquecimiento de monopolios, mayor gasto del gobierno con mayores impuestos y precios, aumento en las prebendas de los grupos especiales: políticos, burócratas, funcionarios del gobierno y de grandes empresas protegidas y salarios de miseria. Un estancamiento en equilibrio financiero, pero empobrecedor de las mayorías y con creciente concentración del ingreso y la riqueza. Mayor corrupción y una clase política privilegiada y defensora del sistema.

¿Dónde estaban (están) los líderes?

Si entendemos por líder a quien “es capaz de movilizar las fuerzas sociales en beneficio de la sociedad para llevarla a un estadio superior de desarrollo” (r. Heifetz. Leadership without easy answers, 2003) o aquel que es “capaz de influenciar a la sociedad para que enfrente eficazmente sus problemas”, (ibid) debemos preguntarnos donde han estado los líderes durante estas tres décadas de estancamiento y empobrecimiento. ¿Por qué hemos permitido que un grupo cerrado con una visión equivocada de las soluciones haya impuesto sus ideas y valores a costa del bienestar de millones de mexicanos y haya puesto a la nación en el peligro en que se encuentra?

¿Dónde han estado los líderes que escuchando las diferentes ideas y planteamientos de diversos grupos sociales hayan sido capaces de gestionar su negociación de forma que la cohesión social aumente y la efectividad de las acciones de respuesta a los problemas, produzca soluciones más benéficas para la mayoría?

Cómo influenciar a la sociedad a que analice en forma efectiva, democrática y participativa el grave problema económico que enfrentamos y que ocasiona lo que el Papa llama “una economía de la exclusión y de la inequidad. Una economía que mata” ¿Cómo evitar? Lo que dice Francisco: “cuando una sociedad -local, nacional o mundial-abandona en la periferia a una parte de sí misma no habrá programas políticos ni recursos policiales ni de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la seguridad”… “así como el bien tiende a comunicarse, el mal consentido, que es la injusticia, tiende a expandir su potencia dañina y a socavar silenciosamente las bases de cualquier sistema político y social por más sólido que parezca”. (ibid)

Los grandes líderes se destacan en situaciones de gran peligro social. Pero no porque se adaptan a las ideas imperantes, que frecuentemente, deben ser cuestionadas y modificadas para lograr que la sociedad logre adaptar sus ideas y acciones a sus aspiraciones.

Este cambio siempre genera tensiones, pues implica modificar valores, comportamientos y paradigmas habituales, pero desajustados a la realidad del problema que se enfrenta. Producir esta tensión no siempre es el camino más popular. Pero el líder no va por la popularidad o la aceptación, sino por mejorar a la sociedad y lograr su avance.

Fernando Turner D., empresario y Presidente de la Asociación Nacional de Empresarios Independientes.

Septiembre 09, de 2014.

 

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