Opinión| México en movimiento

Fuente: La Jornada

Por Carlos Fernández-Vega

 

No es precisamente el prometido México en movimiento, pero es un hecho que, efectivamente, los mexicanos se menean… hacia afuera, allende las fronteras nacionales. Tanto, que a estas alturas, tras décadas de crisis económicas y creciente deuda social, alrededor de 42 por ciento de la emigración latinoamericana hacia naciones desarrolladas –Estados Unidos, en especial– es de nuestro país.

En esta materia México obtiene otra medalla negra: es el mayorexportador regional de mano de obra (cerca de 12 millones de personas, una tercera parte de ellas en el sexenio foxista), lo que se traduce en que uno de cada diez connacionales ha cruzado la frontera en busca de mejores condiciones de vida.

Las cifras son de la Cepal, organismo que ayer divulgó su informe Tendencias y patrones de la migración latinoamericana y caribeña hacia 2010 y desafíos para una agenda regional, en el que detalla que para ese año la emigración mexicana resultó 2.5 veces mayor al promedio latinoamericano y superó por 21 tantos a la brasileña y por casi siete a la argentina, aunque porcentualmente se equiparó con la registrada en algunas naciones caribeñas y centroamericanas que nunca presumieron sólidas economías ni mucho menos navíos de gran calado (Fox y Calderóndixit).

Sólo en el sexenio de Fox, que presumía la exportación de jardineros y celebraba que los trabajadores mexicanos indocumentados en Estados Unidos están haciendo trabajos que ni siquiera los negros quieren hacer, alrededor de 3.5 millones de paisanos cruzaron la frontera norte como única alternativa al permanente deterioro de sus condiciones de vida.

En este contexto la Cepal detalla que al cierre de 2010 alrededor de 28.5 millones de latinoamericanos (mexicanos 42 por ciento de ellos) residían en países distintos al de su nacimiento. “Este número de emigrados equivale a cerca de 4 por ciento de la población total de América Latina y el Caribe. El stocktotal de emigrantes se compone de la población nacida en países de América Latina y el Caribe residente en otras regiones, por una parte, y de la población nativa residente en otros países distintos al de su nacimiento dentro de la región, por la otra. El componente extrarregional de la emigración es el que ha experimentado la mayor merma en comparación con las décadas anteriores”. Tal númerocontempla únicamente los destinos intrarregionales más Estados Unidos, España, Canadá y Japón.

Según el análisis por países, México representa una fracción muy relevante de la emigración regional (prácticamente 42 por ciento), con unos 12 millones de sus ciudadanos viviendo en el exterior, la abrumadora mayoría de ellos en Estados Unidos. Muy de lejos le siguen en cuantía Colombia y El Salvador, con aproximadamente 2 y 1.3 millones, respectivamente.

El organismo especializado de la ONU pone el dedo en la llaga: la creciente interdependencia económica y comercial entre los países ha implicado un aumento en la movilidad de capitales, recursos y también de las personas. En este contexto surge la primera paradoja de la globalización y la migración: en un mundo más interconectado que nunca, y cuando los flujos financieros, de información y comerciales se liberalizan, la movilidad de las personas se ve fuertemente estimulada pero, a su vez, enfrenta importantes barreras que intentan restringirla, poniendo de manifiesto que la globalización es asimétrica y que profundiza las desigualdades en los niveles de desarrollo.

En el caso de la migración internacional, apunta, los Estados ceden parte de su poder a entidades supranacionales y reconocen el imperio de instrumentos internacionales sobre los derechos humanos, incluido el de la movilidad. Sin embargo, los mismos Estados retienen sus atribuciones para regular el ingreso y la permanencia de los extranjeros en sus territorios, con una tendencia a exacerbar la seguridad y la selectividad, fortaleciendo las fronteras y elevando los requisitos de entrada y permanencia. Aunque las barreras a la migración internacional se han endurecido en los principales destinos migratorios extra regionales, y en ocasiones en algunos intrarregionales, esto no ha sido impedimento para que la migración continúe.

Muchas personas migran, pero con menos derechos y en peores condiciones, tornándose en población altamente vulnerable. La continuidad de los flujos migratorios y el simultáneo aumento de la desprotección de las personas que migran han quedado de manifiesto durante la crisis económica. Contra todo pronóstico, luego de desatada la crisis en 2007 la migración sólo se atenuó, muchas personas no dejaron de migrar y aquellas que residían en el extranjero tampoco retornaron masivamente a sus países de origen, pero sí fueron las más perjudicadas por las pérdidas de empleos y las reducciones de los salarios. A fin de no afectar drásticamente las dinámicas familiares que dependen de las remesas de los migrantes, la situación desfavorable en los países de destino ha sido paliada echando mano a otras estrategias distintas al retorno, tales como la búsqueda de un segundo empleo.

La crisis económica mundial –que no concluye– exacerbó una visión más negativa de la inmigración en el mundo desarrollado, no sólo aquella que involucra a las personas en situación irregular, una visión que es conflictiva con la de los países de la región, en los que prima la idea de la emigración como una oportunidad de desarrollo para las sociedades de origen y de fomento de oportunidades individuales para las personas migrantes. Podría decirse entonces que ha surgido una segunda paradoja: la creciente inclusión formal de la migración en todas las agendas internacionales de desarrollo, que auspicia avances de largo plazo, coexiste en lo inmediato con un diálogo restringido, estigmatizador y reduccionista acerca de la situación de los migrantes y del papel de la migración en el mundo.

El abordaje de la migración como factor de progreso, puntualiza la Cepal, está aún muy polarizado entre las visiones del norte y las del sur, y prima la perspectiva de la seguridad, el utilitarismo y las restricciones en el primer caso, y el enfoque de los derechos humanos en el segundo.

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