Crecer el salario

Fuente: El Universal (Opinión) 

Por Ricardo Raphael

 

Productividad es la palabra que no entienden y sin embargo utilizan todo el tiempo. ¿Por qué los salarios son tan bajos en México? Porque los trabajadores no son “productivos”, responden quienes no han leído más de cinco cuartillas de un libro serio de economía, y sin embargo cobran como predicadores.

Y si el problema fuese el opuesto: la productividad es tan pobre porque los salarios son precarios.

Cabe revisar el orden de los factores. La productividad es un término que merece respeto porque está ligado al salario y por lo tanto a la pobreza y la desigualdad. Sin embargo, determinar la manera cómo cada variable afecta a la otra es un tema que debe ser reflexionado para evitar precipitarse con conclusiones falsas.

Por ejemplo, frecuentemente se asegura que los trabajadores son responsables de la productividad mediocre de la economía mexicana. Luego, el sermón ortodoxo asegura que mejorando la productividad laboral, el país crecería como hoy no es capaz de hacerlo.

A este propósito vale preguntarse por qué le basta a un trabajador mexicano con cruzar la frontera norte, para que en poco tiempo sea capaz de exhibir signos notables de productividad.

La historia se repite demasiadas veces para juzgarla como anécdota: el tianguista informal de Tláhuac que migró a Chicago y se convirtió en un empresario exitoso, el campesino de la sierra de Oaxaca que hoy es un reconocido cocinero de Santa Mónica, el ingeniero del Tecnológico de Monterrey que recién migró y obtuvo un trabajo envidiable en Dallas.

En estos casos la economía mostró condiciones de conjunto que anteceden a los talentos y capacidades exclusivos del trabajador. Fue ella la que volvió productivo al trabajador y no al revés.

¿Cuáles son esas condiciones que detonan el círculo virtuoso de la productividad?

Por principio es importante recordar que la productividad es el resultado de una combinación eficiente de capital, trabajo y tecnología. Por tanto, resulta simplista señalar al trabajador como la única variable relevante. Y, aún si lo fuera, su desempeño depende en gran medida de la combinación entre todos los factores.

Dado que no es posible hacer que todos los trabajadores mexicanos crucen la frontera norte del país, para volverse productivos en un abrir y cerrar de ojos, el acento debería estar puesto en la construcción de condiciones, dentro del territorio nacional, que permitan replicar lo que se observa fuera de éste.

Una de ellas —muy evidente— es la calidad que, en promedio, acompaña al puesto de trabajo en Estados Unidos. Ésta se logra, entre otras razones, por la seguridad social, el salario mínimo, la duración y estabilidad en el empleo, la capacitación, el acceso al crédito, los estímulos a la innovación, así como los apoyos que reciben los emprendedores.

Comparando, resulta difícil imaginar un ambiente laboral productivo si los trabajadores no perciben salarios que les permitan conducir una existencia económica digna, si el lugar de trabajo no ofrece estabilidad para el aprendizaje y la mejora de competencias, si no se percibe que gracias al esfuerzo personal existen condiciones de movilidad ascendente, y si el lugar de trabajo no asegura contextos aceptables de salud física y anímica.

¿Por qué tales condiciones no están presentes en la economía mexicana?

Aquí cabe decir, con Gary S. Becker —Premio Nobel de Economía y gran especialista en discriminación de los mercados laborales— que el precio del salario no siempre está determinado por la oferta y la demanda.

En México hay suficiente evidencia para defender esta hipótesis. Una de ellas tiene que ver justo con el bajo precio que mantiene por los suelos, de manera persistente, el salario mínimo en el país.

Llevamos muchos años presionando a la baja el precio del trabajo y al mismo tiempo observamos una productividad que, desde hace casi tres décadas, cae sin contención. Acaso, si realmente quiere mejorarse la productividad del conjunto, deberíamos impulsar el crecimiento del salario y no lo opuesto.

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