Sin trabajo

(Fuente: El Norte, enero 22 2009)

Sergio Sarmiento

"Lo que este país necesita es más políticos desempleados".

Winston Churchill

Ayer, en el noticiario matutino de la Red de Radio Red, tuvimos la visita de un grupo de ejecutivos del Sistema Nacional de Empleo de la Secretaría del Trabajo. La idea era poner en contacto a los radioescuchas con las oportunidades de trabajo que registra la institución. Cientos de llamadas se recibieron durante la transmisión y rebasaron la capacidad de las líneas telefónicas. La mayoría contaban la misma y dramática historia: "Llevo meses buscando empleo y no encuentro nada".

No es novedad enterarnos que las encuestas del INEGI no reflejan la realidad del desempleo de nuestro país. Según esta institución, la desocupación abierta en México fue, en noviembre de 2008, de 4.47 por ciento de la población económicamente activa. A pesar de que es la cifra más alta desde el 2000, nos sigue colocando como una de las naciones con menor desempleo oficial en el mundo. El pasado mes de diciembre, la desocupación abierta en Estados Unidos fue de 7.2 por ciento y la de Canadá, 6.6 por ciento; en noviembre la cifra de España fue de 13.4 por ciento y la de Alemania, 7.6 por ciento.

Los cientos de personas que llamaron al programa de radio buscando un puesto de trabajo representan la punta del iceberg de una realidad que las estadísticas del INEGI no registran. La preparación académica o experiencia laboral, que en otros tiempos servían para asegurar un empleo, no son ya garantía de nada. El número de personas que cuentan con grados universitarios y experiencia amplia en campos muy diversos de actividad y que, sin embargo, no pueden obtener empleo es cada vez mayor.

La información disponible sugiere, de hecho, que el desempleo es mayor entre las personas con un grado de bachillerato o un título universitario que entre quienes sólo tienen una educación primaria. Estamos construyendo una nueva generación de desempleados; sólo que, al contrario de lo que ocurría en otros tiempos, hoy tiene un mayor grado de preparación.

No hay soluciones fáciles al problema del desempleo. Es verdad que si redujéramos los costos de despido de personal con una reforma laboral habría una mayor contratación en el momento en que se registrara una recuperación económica. El contraste de países como Estados Unidos -que ofrecen una mayor facilidad y un menor costo de despido- frente a los de Europa nos revela esa verdad de Perogrullo de que la legislación laboral que protege en exceso a quienes ya tienen un empleo hace más difícil la creación de nuevos puestos de trabajo y, por lo tanto, discrimina a los desempleados.

Pero poco importa la flexibilidad laboral cuando no hay crecimiento económico. En este momento de incertidumbre y de falta de inversión productiva simplemente no vamos a generar nuevos empleos.

Los empleados y trabajadores del sector público tienen una enorme ventaja en estos momentos de crisis. Sus puestos están garantizados de por vida. Podrán hacer muy mal su trabajo o dedicar una parte muy importante de su tiempo a participar en las movilizaciones y plantones que se han convertido en parte habitual de la vida política nacional, como ocurre con los maestros de escuelas públicas de Oaxaca o Morelos, pero los contribuyentes tendrán que seguir aportando dinero para cubrir sus sueldos. La gran tragedia la están enfrentando los empleados y trabajadores del sector privado. Ellos sí pueden ser y están siendo despedidos. Y una vez que pierden sus empleos, enfrentan crecientes dificultades para encontrar uno nuevo.

El problema es que en el mundo contemporáneo un empleo es mucho más que una forma de ganarse la vida. El trabajo se ha convertido en una manera de inserción en la sociedad que proporciona estabilidad personal y familiar. Quien pierde su empleo, no sólo deja de percibir un ingreso, con todas las consecuencias que esto tiene, sino que pierde también su lugar en la comunidad. Hay una desvalorización dramática del desempleado que afecta todos los aspectos de su vida y la de su familia.

Los subsidios al desempleo, como el que entrega el Gobierno del Distrito Federal, no resuelven el problema. La única solución real radica en la creación de nuevos empleos. Éstos tampoco pueden ser los del sector público, porque en muchos casos no son realmente productivos. No se puede seguir sangrando a la parte productiva de la economía para generar empleos que no aportan nada a la sociedad. Al final alguien tiene que producir para pagar los impuestos de los que vive el sector público.

La única forma de generar empleos productivos no es, quizá, políticamente correcta. Se trata de aumentar la inversión privada. Mientras esto no se logre, todas las demás acciones de los políticos resultarán vanas